jueves, 3 de diciembre de 2009

La oreja

Siempre he creído firmemente que los deseos de un hombre no pueden ir mucho más allá que los de un animal, sin embargo, hoy he despertado magullado por mis propios anhelos. Tembloroso y dolorido, asustado por un sueño. ¿En qué morada de mi memoria habitaba ella? Sin darme yo cuenta la había olvidado y hoy me ha visitado por sorpresa, arrancándome una lágrima de espanto. Pero no, yo sé bien cuál es la realidad. Nada de historias de ultratumba, ni brujas, ni espíritus del mal. Ella es sólo la oscura silueta del cerrojo de la puerta del bestiario de mis recuerdos. Allí permanece, quieta y serena, esperando a ser abierta por el demonio de lo perverso que reside en mí, por mis insanos deseos de volverla a ver sonreír ante mi desgracia.
Sí, así es, no hay lugar en el mundo tan oscuro como la mente de un hombre suicida, esa es la única llave capaz de dar vida a esa pesadilla que me atormenta con sólo sentir el aliento de su recuerdo. Pensar en ella es sentirla otra vez, como una mancha de angustia que me invade, devorándome como ácido corrosivo. Pero repito, hoy he despertado arañado por mis propios deseos y es doblemente doloroso reconocer que después de todo aún la amo. ¿Después de todo?
No recuerdo con claridad qué fue todo pero bien sé que algo cambió mis días como una tempestad arrolladora destruye la calma en el océano y un oleaje de recuerdos se agolpan en mi cabeza, como piezas que no encajan, empujándome a reconstruir este puzzle de esencias.

¡Oh Dios mío! ¿pero cuánto tiempo llevo viviendo en la penumbra? Abro los ojos y no puedo apreciar mas que luces deformes en la oscuridad. ¿Ella me ha cegado o fui yo el que cerró los ojos para no verla? No lo sé pero cuanto más crecía mi odio más la reclamaba como mía y cuanto más la odiaba, más amaba su perfidia. Pero el odio tiene un límite y el amor no. Mi odio hacia ella alcanzó su grado máximo desencadenándose en un shock del que ahora despierto. Y despierto con la resaca de algunas heridas mas sin ningún rencor hacia lo que las motivó. Paradójicamente, mi amor ha permanecido estancado y dormido durante ese tiempo, cronológicamente inclasificable pese a mis esfuerzos de ver más allá de este insondable telón de enigmas. Y ese amor se desenmascara ahora como un amor tumoral, un amor maligno que brota de nuevo en el sentir más profundo de mi corazón.

Y esto ha ocurrido cuando creyéndome solo en la habitación, entre la oscuridad he podido distinguir un extraño pliegue en la cama de al lado. Una ondulación, un garabato en relieve, un trozo de carne apoyado en la almohada, ¡una oreja! Solamente una oreja. Una oreja que me hablaba: “No me mires tan extrañado, no siempre he sido una oreja, antes era un hombre. Un hombre completo pero no me gustaba escuchar, así que antes de que me cuentes tu historia, te contaré la mía.”


. . . . .


Primera parte

Creo que todo empezó aquella horrorosa noche de niebla en que marché a la villa,
situada en las cumbres de la provincia, para hacerme cargo, por un tiempo, de las tierras que mi padre me dejó tras haber fallecido hacía unas semanas. Si bien no recuerdo con exactitud cuántos años han transcurrido desde aquello, sí podría descubrir con la claridad del ayer las sensaciones de pureza, frescura y eterna juventud que me iban sobrecogiendo a medida que me adentraba en el paraje. Los dulces rayos del sol parecían señalarme e interrogarme sobre cómo podía haber ignorado, casi despreciado, desde la lejanía de la ciudad, un lugar tan sagrado. Y unas tierras a las que llegué para venderlas se convirtieron en mi nuevo hogar.

Allí pasé recluido, como en un pequeño santuario, un tiempo indefinido de paz y descanso, con la extraña sensación de no haber vivido y ser feliz, con la satisfacción de ser un brazo más de la naturaleza y con la eterna juventud en mis ojos determiné aquel lugar como el destino de mis días, compré más tierras y me invoqué a ellas prometiendo regarlas con mi sudor.

Durante semanas nos observamos. En aquellos días yo trabajaba una parcela atravesada por un caminito estrecho, un atajo por donde ella llegaba hasta una granja cercana para proveerse de leche y otros alimentos. La perseguía con la mirada, ella huía de mis ojos para luego delatarme con los suyos, entonces yo volvía a agachar la cabeza y ella marchaba rápidamente hasta alejarse del lugar, visiblemente nerviosa. Me hacían gracia sus ademanes y su sencillez. Esto se repitió muy a menudo, yo disfrutaba de su timidez y ella de mi interés pese a sobrecogerse por la atención inesperada de un desconocido. La miraba sin intención de rebajarla, sin ninguna pretensión pasional, tan sólo era la mirada de un risueño en armonía con su trabajo y encantado por sus visitas no intencionadas.

En la noche de uno de esos días en los que la gente se divertía en torno al fuego, la conocí, bailamos juntos y en aquella inolvidable velada, el mundo y todos los astros del firmamento giraban a nuestro alrededor. Fue el comienzo de algo que ya no recuerdo como acabó o si acabó. Llegó la primavera y los brumosos caminos solitarios y misteriosos, ahora eran transitados por alborotadores y simpáticos niños que acudían a la escuela trimestral, común a todas aquellas aldeas. Las faldas de las montañas florecieron, quedando estampadas de vida y rostros alegres y la soledad invernó ante la sonrisa del calor humano.

Meses más tarde, las noches se hicieron entrañables, todo el mundo se reunía alrededor de las hogueras, cantando y riendo. Conseguí ser aceptado y valorado como un miembro más de aquella selva de sueños inmediatos y es que aún me pregunto si aquello fue un sueño mas afirmo seguro que fueron los mejores días de mi vida. Toda esta indescriptible burbuja de sensaciones culminó en lo que yo sabía no tardaría en aparecer: el amor. El amor bello, el amor salvaje, integrado en el medio como una forma más de expresión de la naturaleza. El amor puro y libre como el viento helado de las cumbres, como los cálidos rayos de sol que llegan hasta el lecho de todos los enamorados haciendo amanecer, por un día más, su confortable dicha. Sé que nos seguimos viendo de forma casi clandestina, pues Dalmiro, su padre, hombre de ideas rígidas, no daba el consentimiento de que nadie flirteara con su tierna muchachita. Pero nosotros éramos un esqueje de la pasión deseando brotar y no había barreras ni normas a nuestro empuje y deseo.

Aún me acuerdo de aquella mañana de esplendor y aroma a albahaca… ¡cómo no me iba a acordar! ¡mi niña de ojos soñadores! La visité inesperadamente a su casa, a donde nunca me había atrevido siquiera a acercarme. Ella barría de forma tan singular, casi bailaba con la escoba, cuando me vio por poco me atiza con ella pero yo le tapé la boca y luego la besé, entonces me retorció la nariz, sabía que eso no me gustaba, estaba inquieta por el riesgo de que nos vieran y a la vez, exultante de alegría al encontrarme yo allí. Cuando vi aquellas llaves no lo pensé dos veces, ella me pegó en la mano y se me cayeron al barro pero las recogí, le manché la cara y le solté el pelo, reía nerviosamente intentando pararme pero yo ya había planeado la locura. Cogimos el coche de su padre y condujimos durante horas, acariciados por la brisa de la libertad. No nos dirigíamos la palabra, no hacía falta, nuestras miradas, como siempre, hablaban entre sí. Ella confiaba en mí y yo en el destino. Comenzó a nublarse el cielo pero atravesamos la lluvia hasta llegar al mar y de repente, el atisbo de un rayo de sol nos alumbraba los rostros, la tormenta se había marchado. Totalmente empapados, brindamos por nuestra suerte con la botella más grande de champán y el azul del océano como testigo. Al fin, con una ensoñadora sonrisa me preguntó: “¿Tú conoces la tristeza en el amor? ¡Yo no!” y le respondí: “¡Yo sólo conozco la locura en mi corazón!” Ella no lo sabía pero su mano ya me había sido concedida.


Tres o cuatro años después.

Tumbado en la tierra, rodeado de malas hierbas, solía despertar a menudo. Los rayos del sol volvían a señalarme, a juzgarme y a quemarme en la cara la poca vergüenza que me quedaba.
Una vez me encontró mi hijo, el pestazo a alcohol, la voz ahogada y el ramo de flores aplastado bajo mi chaqueta le hicieron huir rápidamente adentro de la casa. Mis devaneos nocturnos por la ciudad se convirtieron en rutina y mi llegada a la aldea en circunstancias deplorables también. Luego, como un ritual, ella me arrastraba adentro, escaleras arriba, me quitaba los zapatos, me acostaba en la cama y me curaba la resaca para estar listo y reincidir esa misma noche si era capaz de levantarme.

Antes fueron años muy prósperos, casados y felices, tuvimos un niño precioso y una tierra muy fecunda. Contraté trabajadores, todo era idílico y metódico. Pero el ser humano es caprichoso y sucumbí a una mujer, caí en la obsesión y perdí todo cuanto poseía. Ahora mi esposa esperaba nuestro segundo hijo pero las deudas nos embargaban, las tierras se habían muerto, todo estaba podrido, seco y cubierto por maleza y larvas. Ya no me quedaba ni un sólo campesino a mi cargo, hacía tiempo que me habían abandonado, mucho antes les había dejado de pagar.

Se llamaba Lucinda, tenía una tienda de cosas extrañas en un lugar recóndito de la ciudad, donde recibía a gente variopinta para fiestas exclusivas. Pero la conocí aquí, en mi propia parcela. Fue casi como una aparición en la madrugada, el sol pestañeaba, yo agachado excavaba pequeños hoyos para la siembra y unos zapatos blancos y brillantes se plantaron delante de mis narices. Levanté la cabeza y allí estaba ella, con un cabello rojo y endemoniado, guadaña en mano, la había cogido del suelo, gafas de sol y una sonrisa de payaso pintada en la boca. “¿Hay algún teléfono en este miserable pueblo con el que pueda hacer una llamada para que me vengan a recoger?” La acerqué yo. No volví a ser el mismo.

Me convertí en un alma nocturna, cometí todos los excesos que no había cometido en mi juventud. Era tan habitual en las fiestas de Lucinda que incluso entablé relaciones con personalidades de cierta relevancia social. Ella decía que yo era empresario, bueno, de hecho lo era. Me compré trajes caros, perfumes y un coche nuevo. Pero todo iba más allá, las fiestas eran desorbitadas, Lucinda era un demonio pensante, el centro de la disputa, el detonante de todas las locuras. Era mala persona y lo sabíamos. Nos tenía encapsulados. Yo que siempre había sido tan duro de personalidad llegué al punto de no tener mayor anhelo que el de conseguir ser el que más a solas estuviera con ella. Y en parte lo conseguí durante un tiempo. Lo descuidé todo, el ruido de mi mujer llorando encerrada en algún cuarto me provocaba tal rechazo que evitaba pasar el mayor tiempo posible en casa. La culpabilidad se sumaba ahora al miedo a afrontar la realidad que al eludir todas mis responsabilidades de trabajo me había dejado en una situación delicada e insostenible. Huí hacia adelante, con el cinismo que ella me inyectó, con el desprecio por el compromiso, con las ganas de saborearla hasta la última gota, tan sexy, tan atrevida, tan fugaz. Me sentí en una nube cuando me propuso ser mi acompañante en las fiestas de la aldea, la exhibí sin vacilar, esa noche troceó el recuerdo de otra gran noche, unos cuantos años antes. Podría haber muerto allí mismo y lo habría hecho con la elegancia del éxito. Solíamos apostar, sus propuestas eran endiabladas, sin embargo su eficacia era insolente. Nos acercamos a las verbenas, allí saludé al alcalde, ella lució su mejor sonrisa, más tarde se le ocurriría algo. Consiguió que se mojara encima un niño de doce años sin tocarlo, simplemente hablándole menos de cinco minutos. Luego, al haber ganado la apuesta me ordenó colarnos en la casa del alcalde y hacer el amor en la cama de matrimonio con la constante amenaza de que la pareja llegara en cualquier instante. Y en aquella inmejorable velada, el mundo y todos los astros del firmamento nos daban la espalda pero nosotros, borrachos hasta lo grotesco, brindamos por ellos igualmente.

Con el tiempo me había perdido en las entrañas de la miseria del hombre, de lo irreversible, del descalabro total. Dejé de verla, dejó de aparecer, mejor dicho. Cada vez era menor la dosis para un enfermo terminal como yo. Era demasiado tarde para desintoxicarme. Bajaba a la ciudad todas las noches sin encontrarla, vagabundeaba, me deseé la muerte. Pero quería matarla. Una madrugada, me recogió un tractor, su conductor al que seguramente le debía dinero, me reconoció pese a estar irreconocible. Iba envuelto en un disfraz de plástico, una colchoneta por dentro, era un caramelo andante, sólo los pies y la cabeza quedaban al descubierto. Me cargó en la pala del tractor y me descargó frente a mi casa. Allí, sudando el delirio, una fiebre inmensa, un calor grasiento, el sol imponente señalándome fue tapado por un rostro de odio y repugnancia. Era Dalmiro, el padre de mi esposa, gritaba, me escupía, me zarandeaba, sacó un cuchillo y lo clavó en el disfraz desinflándome. “Si no remontas el vuelo, hijo de puta, te cortaré las alas.”


. . . . .


¡Basta ya! No puedo seguir escuchando, maldita oreja. No puedo seguir oyendo todo esto. Me incorporo del todo, sin esfuerzo alguno. Consigo una posición vertical, parecida a la de estar de pie. Me desplazo por la habitación. En la esquina una nariz le cuchichea algo a un ojo, me freno. No puede ser. En la repisa de la ventana un mano gesticula ante un pie. Todos hablan de lo mismo. Alcanzo la puerta pero salgo a la misma habitación, es decir, vuelvo a entrar. No puede ser. Voy hasta la ventana, aparto el pie y la mano, la abro, y me introduzco por ella. Conduce hasta otra habitación. No puede ser ¡Es la misma! Observo la cama donde antes estaba tumbado. Sobre ella la otra oreja le habla al otro ojo. ¡Todos cuentan lo mismo! ¡Todos cuentan mi historia!

viernes, 30 de octubre de 2009

Hoy he vuelto a ver a Michael Caine

Vale, de acuerdo, no es Michael Caine pero en un concurso de parecidos, mezclado con el verdadero Caine entre todos los aspirantes, éste ganaría el premio. ¿Qué te parece? Me hubiera gustado que todo saliera de otra manera pero ahora ya es tarde. Se me hace verdaderamente complicado contar algo que no sé muy bien si de verdad va a ocurrir o ha ocurrido o cuántas veces he de escribirlo para que ocurra o si va a ocurrir de todas maneras aunque no lo escriba. ¿Te gustaría que hubiera una continuación? Pero eso ya no depende de ti. Dependió hace tiempo pero ahora ni tú ni yo tenemos la memoria suficiente para saber qué va a pasar una vez uses la llave. La determinación puede ser probablemente la más grande de todas las casualidades.

Sentado en la sala de espera de urgencias me vino Kris a la cabeza, precisamente al ver a Michael Caine sentado frente a mí. Kris trabaja en Los Ángeles, para Hollywood, quizás ella algún día conozca al auténtico, si es que no lo ha hecho ya. No como yo que me tengo que conformar con un sucedáneo, al que algún día quizás conozca, claro. Es la vulgar, fácil y simple historia de una pareja que se separa, ella es ingeniera de sonido y él es guionista. Ella quiso arriesgar y él no la acompañó. Desde entonces ella envía postales que él no contesta. A ella le va muy bien y yo tengo la papelera de reciclaje hasta arriba de borradores sin futuro, todos ellos despreciados e inacabados. Narcisismo elevado a infinito. El día a día de alguien que lo arruga, lo hace una bola y lo lanza a la basura. El guionista es el poeta del S.XXI, hemos tomado su relevo, desapareceremos como ellos. Nos moriremos de hambre y al no existir ninguno, tampoco existirá un guión para rodar una película decadente en nuestra memoria. Nadie nos recordará y sin embargo todo lo que sucedió un día fue gracias a nosotros.

Ya me es familiar, sé que lo he visto más veces pero no recuerdo cuantas ni en qué lugares han sido. Lleva una camisa a rayas moradas y blancas, no estoy seguro de si son moradas o marrones, es un morado muy marrón. O un marrón muy morado, según se mire, claro. Lleva vendados dos dedos de su mano izquierda, en la misma venda, juntos. “Jugando al baloncesto” he alcanzado a escuchar mientras hablaba por su teléfono móvil. Yo vengo por las rodillas, me duelen mucho. Michael se levanta y desaparece. ¿Han debido de llamarlo? Me hubiera gustado escuchar su nombre real, le hubiera puesto la coletilla “Caine”. De hecho, seguro que sus amigos y parientes lo deben llamar así. “Pepe Caine”, “Robi Caine”, “Toni Caine”.. como diablos sea.. La verdad es que mi sueño siempre ha sido encontrarme con algún actor de renombre y poderle entregar uno de mis fantásticos guiones.

Me llaman, me atienden, me hacen preguntas, pruebas, diagnostican y me recetan.
Es tan guapa esta doctora... Podría ser actriz. “Síguelo al pie de la letra” me dice. “Así lo haré” le respondo y me marcho. Salgo a la calle y mientras espero un taxi leo lo que me ha recetado. Para mi sorpresa no hay ningún medicamento y lo que hay escrito dice así: “Acude al Edificio Mozart y entrega este papel en la recepción, a cambio te darán la llave de un apartado de correos.” Me gustaría saber si alguna vez te has encontrado en una situación así y qué se te ha pasado por la cabeza. Yo he querido llegar hasta el final. En el Mozart no me ponen ninguna traba, es más, ni una sola pregunta al respecto. Eso sí, me indican que a la oficina a la que debo ir es el edificio principal. Titubeo, casi pregunto de qué se trata, para qué, por qué pero algo me frena. La receta no decía nada de preguntas y “al pie de la letra” es limitarse a lo escrito.

Cojo otro taxi y pienso que bien me podrían haber pagado los gastos de desplazamiento. No por ser un recado misterioso deja de costar dinero. Llego a Correos, observo desde fuera esa gran cúpula mientras me enciendo un cigarro. Podría ser el final de una película. Cine negro, tal vez. Por si acaso me detengo en un quiosco antes de entrar y compro una postal del edificio. Sí, es una postal para Kris. Esta vez soy yo el que cuenta su experiencia. Acabo resumiendo todo en una frase que espero le despierte curiosidad: “Hoy he vuelto a ver a Michael Caine”. Entro y empiezo a sudar, me suda la frente, me sudan las manos. La postal empieza a reblandecerse, a este paso se acabará corriendo la tinta. Así que decido enviarla antes que sea ilegible. Camino hasta el mostrador de envíos y allí está, en el mostrador 6 : “Michael Caine” Le doy la postal con cierto reparo, observo que sus dedos ya no están vendados, la coge, la lee y se ríe: “¿Otra vez?” y la lanza al cubo de la basura. Busco rápidamente la llave. Sudo tinta. Se me resbala pero al fin la logro enderezar entre mis dedos. Camino rápido de derecha a izquierda buscando el apartado veintitrés mil seiscientos veintisiete. Nervioso me repito el número con los labios acartonados, por fin lo encuentro. Meto la llave. El silencio es absoluto. El tiempo se ha parado. Hay un papel doblado dentro. Lo saco. Todos me miran. No quiero que me observen mientras lo leo. Salgo disparado a la calle, miro atrás, nadie me sigue. Un ciclista se empotra contra mí y todo vuela por los aires. Hasta la memoria.

martes, 20 de octubre de 2009

"Con el amor y la paz que resplandecía en sus ojos por vez primera supe que no habría otro camino"

...

J.M presenta:


Hablando confuso con Clara

Una producción de Hydra Gin and Breath Dog Society
para Puja Rat Studios




No os contaré como nos conocimos sino como nos empezamos a conocer.
No llevaríamos más de un mes viviendo juntos, bien dicho nos acabábamos de mudar pero la firma del caos ya estaba estampada en cada rincón, grieta o recoveco de aquella casa. La estampa del caos era la firma de Clara. Esa inconfundible marca que lo arrasaba todo y no dejaba al orden recuperarse. La fuerza excentrífuga e incontrolable. La leyenda de la indomable. Frenética, incansable, insegura, maniática, desproporcionadamente activa. En una de mis revelaciones etílicas debí pronunciar la frase “quiero que vivamos juntos” y desde entonces la resaca aún me dura.
Lo reconozco, soy un pésimo optimista. Optimista, sí, pero pésimo. El planteamiento suele ser interesante, incluso a veces razonable, la ilusión se me filtra por los poros y lo empaña todo. Me pongo ansioso ante la nueva idea, completamente seguro de que va a salir a la perfección hasta que se resbala. Soy ese tipo de tío que intenta salir confiado y chulesco del baño con la toalla enrollada y siempre se le cae. Y mientras me agacho a recogerla, en ese momento tan patético me vuelvo a preguntar: Si se trata de una birguería tan complicada, cómo es tan habitual esa escena en películas y anuncios, ya que de ser así retrasará los rodajes. Tendrán que repetir la secuencia una y otra vez hasta que al tipo no se le caiga. ¿Habrán llegado a utilizar un doble sólo para eso? Y de paso para marcar los músculos, claro. Quizás comenzaran utilizando al doble musculado y luego exigirían que fuera hábil con la toalla porque claro, si se tratara de un tipo muy vistoso pero que luego no supiera dar dos pasos con la toalla enroscada, no serviría de nada. ¿O tal vez soy yo ese uno entre cien de los que no saben mantener el tipo y la toalla a la vez? de ser cierta esa estadística, claro. ¿Habrá estadísticas para ese tipo de cosas? Yo creo que sí, supongo que sí, ahora ya hay estadísticas para todo.
Me disponía a darme una ducha cuando apareció todo este entramado diabólico de suposiciones y supersticiones. Me empiezo a dar cuenta de que su neurosis ha despertado a la mía. Ella está cada vez más presente. Ya no soy capaz de hacer casi nada sin cuestionarlo de antemano, sin prever las posibles consecuencias y sin apostar cuál será el resultado. Como dice ella: “Apuesta siempre al perdedor que alguna vez ganará.” Para entonces nos habremos arruinado, pienso yo.


Llamaron a la puerta. Directamente a la puerta. De forma insistente. Me extrañó. No la insistencia porque ese era el modo de llamar de Clara cuando clamaba histérica haber perdido las llaves que luego encontraba en otro bolso. Cosa que en un mes ya había ocurrido dos veces. Lo que me extrañó fue que de tratarse de ella, ya la estaría oyendo dramatizando tras la puerta, de ser un correo certificado debería haber sonado anteriormente el interfono y de tratarse de un vecino, tanta insistencia estaba fuera de lugar. Yo ya había salido hace rato de la ducha así que no valoré la posibilidad de que llevasen llamando rato a la puerta. Fue un timbrazo repentino y continuo. Eso acabó haciendo que me cortara al afeitarme. Me exalté y toalla en cintura y cuchilla en mano salí como siempre, osado y dispuesto. Opté por echar un vistazo: tras la mirilla, dos trajes oscuros y la luz apagada. Me repeiné con la mano, no sé porqué y abrí esperando una respuesta.


"Venimos de parte del Señor Barratxina a que usted pague lo que debe."


Eso fue lo que oí mientras dos tipos sin pedir permiso entraban al recibidor, oliendo a sudor. Uno tenía cara de ángel y el otro de diablo. Ángel, lo llamaré así, por sus ojos azules, sus ricitos dorados y su apariencia bondadosa y Diablo por viejo, bueno y porque el poco pelo que tenía mal engominado le producía un efecto similar al de dos pequeños cuernos negros. Rondaban los sesenta, quizás Ángel fuera más joven. Me dí cuenta que la toalla seguía en su sitio, así que intentando aparentar seguridad y ocultar mi sorpresa, hinché el pecho, apoyé el brazo izquierdo en la pared y pregunté:


- (Yo) ¿Es por el alquiler?
- (Diablo) Es por lo que debe.
- (Yo) ¿Y qué es lo que debo?
- (Diablo) Medio millón, ya lo sabe.
- (Yo) Medio millón, ¿de qué?
- (Ángel) Amigo, la toalla


La toalla se debió soltar al escuchar el “medio millón” pero del impacto ni me di cuenta. (Sí, de los dos impactos.) Me la volví a colocar. Diablo miraba dentro de un jarrón, no sé si por disimular en medio de la bochornosa escena o porque de verdad esperaba encontrar algo. Empecé a darme cuenta de que aquello no iba conmigo.


- (Yo) Me disculpan, voy a vestirme. Creo que se han equivocado de persona.
- (Ángel) Galvez, no tan rápido
- (Yo) Galves es el antiguo inquilino. Podrían haberse informado antes de irrumpir así. Me da igual que la dirección esté aún a su nombre. Galves hace más de un mes que no vive aquí. Se pueden marchar por donde han venido.


Casi no pude acabar la frase porque Diablo ya me había empujado contra la pared y me sujetaba fuerte pese a que yo no presentaba resistencia alguna. Se oyeron dos disparos de la televisión que nos sobresaltaron. Ángel, sofocado voceó al estilo de un profesor de Bachiller, pretendiendo hacerse de respetar: “¡De aquí no se va nadie!”
Me sentaron en el salón, me hicieron muchas preguntas, algunas repetidas. Creo que todas las respuestas que les daba cuadraban a mi favor pero insistían en dos puntos en los que no había manera de disuadirlos:


- (Ángel) Dígame el paradero de Galvez
- (Diablo) ¿Cuál es la combinación de la caja fuerte?


En la película un tipo duro le contaba a otro: "¿Sabes lo que dijo el indio cuando le preguntaron por qué él iba a caballo y su mujer andando?: ...Ella no tener caballo".
Me encendí un Caldo de Gallina, estaba horrible pero en casa no se podía fumar otra cosa, reglas de Clara, para dejar de fumar, decía: “Hará que aborrezcamos el tabaco”. Sin embargo ella no dejaba de fumar de aquello, se había acostumbrado y no quería admitirlo. “Cuanto más fume de esto, más lo aborreceré.” Yo les comentaba que en efecto, sabía de la existencia de esa caja fuerte empotrada dentro del armario del dormitorio pero no le había dado importancia hasta ese momento. Desconocía la combinación, esa era la verdad y la verdad (,) no colaba.




- (Diablo) Tenemos esperanzas de que el contenido de esa caja esté aún intacto. El día 27 unos compañeros lo asaltaron en esta misma casa y huyó.
- (Yo) Vaya... a eso se le llamo yo compañerismo...
De repente sonó mi teléfono móvil: “Clara llamando”. Me quedé algo bloqueado.
- (Diablo) ¿Quién es?
- (Yo) Mi novia
- (Diablo) Conteste a la llamada y hable con total normalidad
- (Yo) Quizás no sea buena idea...
- (Ángel) Por favor, haga lo que le cecimoz, cecimos (Ahí fue cuando me dí cuenta que Ángel ceceaba pero de una forma poco habitual.)
- (Diablo) ¡Y active el manos libres!
- (Yo) Ustedes mismos:
- (Yo) Dime
- (Clara) ¡Te llamo gratis! Que lo sepas, ¡te llamo gratis!
- (Diablo) Dile que te llame después (susurrando)
- (Clara) … es mejor con esta tarifa para las mañanas, para las tardes no pero si por ejemplo..
- (Yo) ¿Pero sabes cuantas tarifas tienes ya contratadas a la vez?
- (Clara) ..te llamase a la una, tendría que colgar y llamarte desde la otra tarifa simplemente marcando un prefijo que me han dado..
- (Yo) .. pero para qué..
- (Clara) .. porque es un descuento, ¡una promoción! Ya he cogido varias al vuelo, porque era el último día, es que no estás al tanto, hay que estar avispado, pero no te gusta informarte, ahora casi todo sale gratis..
- (Yo) .. ¡es que no entiendes que lo que para ti todo son descuentos para mí todo son gastos!
- (Clara) ¡tú sigue con tus tribulaciones y con tus amarguras que así seguro que no llegaremos a fin de mes! Pero a que no sabes dónde estoy, ¡no te puedes imaginar! Estoy en el super, pero no es eso, no , no es eso. ¡Me he fijado en la cesta de la compra de una monja! ¿A que no sabes lo que llevaba?
- (Yo) ¿Preservativos?
- (Clara) ¡No! ¡pero qué mal pensado eres!
- (Yo) .. vale, mira.. ahora..
- (Clara) ¡Pepinos! ¡Pepinos y berenjenas! ¡y de todos los tamaños!
- (Yo) Ya que estás ahí, ¿puedes comprar para hacer cocktail?
- (Clara) Por cierto, ¿dónde has dejado mi pelota antistress? La llevo siempre en el bolso y desde hace unos días no la veo, sé que le tienes manía a esa pelota... Para hacer cocktail, ¿qué cocktail?
- (Yo) El que yo tomo, el “Breath Dog” Ese que me preparo después de cenar..
- (Clara) ...y no me digas que la has metido dentro de una maceta como dijiste aquel día.. para que agarrasen mejor las raíces..
- (Yo) … pero si esa pelota te estresa más...
- (Clara) ¡El Breath Dog ni hablar!
- (Yo) … de todas maneras no la he cogido, la tendrás en otro bolso..
- (Clara) .. ¡eso que bebes es puro veneno!
- (Diablo) ¡Oye!
- (Clara) .. ¿No te das cuenta que cuando lo acercas a la radio provoca interferencias? ¡Es pura radiación líquida!
- (Ángel) Córtale, córtale..
- (Clara) … a partir de ahora vamos a encomendarnos a la comida sana, sabes, voy a comprar para hacer ensalada.. ahora iré al mercado central y cuando nos traigan...
- (Yo) ¡qué tendrá que ver la comida sana con tomar una copa!
- (Clara) .. he pedido la enciclopedia de la cocina saludable..
- (Yo) …además esa lechuga que compras parecen hojas de morera!
- (Clara) ¡Es que es morera!
- (Yo) joder, Clara, que no somos gusanos, con tu dieta equilibrada se nos va a poner cara de lombriz..
- (Diablo) ¡Que cierres! Cierra el teléfono..
- (Clara) ¿Con quién estás? He oído una voz, ¿quién está ahí contigo?
- (Yo) … a ver, ahora te llamo
- (Clara) ¿pero tienes gente en casa?


Yo miro completamente confundido a Diablo y este se resopla mientras se seca la frente con un pañuelo amarillento.


- (Ángel) Dile que somos del aire acondicionado...
- (Clara) … ¿estás ahí? ¿qué tienes montado en casa?
- (Yo) Es que me interrumpes, te iba a decir antes que han venido a instalar el aire acondicionado
- (Clara) ¿El aire acondicionado? ¡Yo no recuerdo haber contratado el aire acondicionado! ¿Tú has contratado el aire acondicionado?
- (Yo) Sí, ¿no te lo dije?
- (Clara) Yo no recuerdo que me dijeras que habías contratado el aire acondicionado
- (Yo) Bueno,pues sí, ¡he contratado el aire acondicionado! ¿Te parece mal?
- (Clara) Bueno, vale.. que lo instalen.. pero diles que con la condición de que sea acondicionado..
Ángel me hace un gesto con le brazo, agachando la cabeza
- (Yo) Corta el rollo, nena
- (Clara) ¿Corta el rollo nena?
- (Yo) … oye, tú no sabrás..
- (Clara) …qué pasa, ¿has vuelto a ver una de esas películas del oeste?
- (Yo) ¿tú has visto al fondo del todo del armario del dormitorio, detrás de una lámina de madera lo que hay?
- (Clara) … ah, hablando del dormitorio, ¿dónde se supone que van a colocar el aparato del aire acondicionado? ¿Dónde les has dicho que lo coloquen?
- (Yo) ¿Dónde quieres?
- (Clara) ¿Dónde les has dicho?
- (Yo) En el salón, pero si quieres en el dormitorio, en el dormitorio..
- (Clara) Mira.. te estás volviendo muy sedentario, con esas películas del oeste no me extraña que tengas calor y te entre la modorra...
Me aparté el móvil de la oreja y lo dejé en la encimera, me puse un vaso de agua fría y me mojé la cara.
- (Clara) …y ahora con el aire acondicionado no va a haber quien te saque de casa
- (Yo) Olvídate del aire acondicionado, mira..
- (Clara) ¡ya no hacemos cosas juntos! Sabes.. ayer por la tarde ví a dos jovencitos, una pareja de enamorados, porque se les veía que estaban enamorados, observando los dos el mapa de las paradas del autobús, esperándolo juntos, ella sonriendo, dejando caer su cabeza en el hombro de él, tan ilusionados.. parecía que estuvieran en el mostrador de una agencia de viajes..
- (Yo) ¡Clara escucha!
-(Clara) ...y nosotros tan fríos como dos esquimales..
- (Yo) .. dios, has recaído en la lectura de autoayuda..


Me dí cuenta de que habían desaparecido los entrañables instaladores del aire, entré en el dormitorio, en la puerta del armario habían pegado una nota: “Estamos en el bar de abajo, por favor, pregúntele a su novia si sabe la combinación de la caja o por el contrario tendremos que detonarla (a las dos)” y un poco más abajo, en letras más pequeñas puntualizaba: “y no de la tarde, precisamente” y abajo del todo, con una letra de párvulo: “y tampoco de la madrugada”.


Clara continuaba sola:

- (Clara) ...porque hay un ejercicio muy interesante que se puede hacer con figuras geométricas..
- (Yo) ¡Clara!
- (Clara) ¡Qué!
- (Yo) ¿Te acuerdas de la caja fuerte? Sabes, al fondo de todo del armario..
- (Clara) Ya ¿y? ¿Ahora qué importa la caja fuerte? Mira, Erich Fromm dice que..
- (Yo) ¿Erich Fromm sabe la combinación de la caja fuerte? ¡Pues no me interesa!
- (Clara) ¡Pero a mí sí!
- (Yo) Clara, es importante, ¿tú no sabrás la combinación de la caja fuerte, verdad?
- (Clara) ¡Si está abierta! ¿Para qué la quieres?
- (Yo) No está abierta
- (Clara) Pues recuerdo que la vi abierta, no sé, igual la cerré pero no recuerdo porqué.
- (Yo) ¿Y no recuerdas qué combinación pusiste al cerrarla?
- (Clara) No
- (Yo) Bueno... tenemos un problema..
- (Clara) ¡No! ¡tenemos muchos! Pero siempre pongo la misma clave a todo, a todo. Prueba con la fecha de tu cumpleaños..
- (Yo) ¿La fecha de mi cumpleaños?
- (Clara) Sí, ahora ya conoces mi truco para no olvidarme del día señalado, sabes tengo la cabeza llena de reglas nemotécnicas, así he conseguido almacenar información de manera...

De esa manera lo hice y efectivamente, se encendió una luz verde. Abrí la puerta y no había nada. Bueno sí, había algo. Una pelota de goma.

martes, 22 de septiembre de 2009

Una frugal colación (En los ojos de Amparo)

Cerré la puerta de casa. Ascensor. Siete pisos hacia abajo. Salí a la calle, levanté la vista, alguien a mi lado dijo: "Va a llover." Dudé entre coger la moto o buscar un taxi; como siempre que me surgía aquella duda, acabé subida en la moto... casco puesto. Bajé de ella... no, no había cambiado de opinión, ni siquiera me quité el casco. Rebusqué en el bolso hasta que di con el móvil, no habían mensajes, mandé uno: "Ya salgo de casa, "cariño" ¿te acordarás de llevar la quiniela? Te odio." Eran las 21:00 horas.
Había quedado con "...." para cenar, no... no es que quiera mantener en el anonimato a ese... "archipámpano", nunca me dijo su nombre.
Chispeaba. Iba a tener razón... ese alguien. Resistí subida a la moto hasta que dejó de chispear y empezó... a diluviar. Subí a la primera acera que pude y haciendo gala de mi optimismo en un día tan gris, me dije que sería una rápida tormenta de verano; aún tenía tiempo y no estaba demasiado lejos del lugar escogido para descubrir un nombre... Llegaría...
Me puse a cubierto, detrás de mí una de esas plagas que inundan las calles de nuestras ciudades, una tienda "de chinos." Entré, compré unas velas y salí. 21:12 (capicúa) Seguía el cielo descargando... Llegaría...
Otro alguien decidió resguardarse bajo el mismo techo que yo, un chico joven, acompañado de una vieja bicicleta: "Aquí nos podemos tirar toda la noche" dijo. Intenté ser amable pero no lo conseguí, así que permanecí callada hasta que vi a lo lejos un taxi. "Qué noche más corta ¿tienes hora?" le pregunté. "Las nueve y veinte" respondió. "Llego"pensé y le di las gracias. Él levantó la cabeza: "¿Tienes prisa? Te invito a una copa." -"Sí" le contesté "tengo prisa." Y salí dél refugio que me brindaba la repisa para llamar al taxi. "Estaré aquí hasta que deje de llover... si cambias de opinión" escuché detrás de mí. Subí al taxi sin girarme, bendita educación la mía.
El cielo parecía reírse de mí, en el siguiente semáforo había dejado de llover.
Llegué a mi destino. Busqué el móvil. Sin mensajes. 21:30. Lo mío es la puntualidad "in extremis." Eché un vistazo a mi alrededor. Ni rastro de "...."
Encendí un cigarro.
Otro.
Otro.
Cuando llegara, le reprocharía, no la tardanza si no la falta de aire y el exceso de humo (en mis pulmones.)
Las 22:15. Sin mensajes. Decidí a mi pesar, llamar. "El teléfono al que usted llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos. Por favor inténtelo de nuevo más tarde."
Por supuesto, no lo intenté.
Volví caminando hacia la moto, ya no llovía y estaba relativamente cerca.
"Hace rato que ya no llueve" le dije a mi antiguo compañero de refugio que seguía allí.
- "Sabía que ibas a volver"
- "Chico listo. ¿Sigue en pie la oferta?"
- "Sigue."
Entramos en el primer local que encontramos. Era una especie de café bar, no demasiada luz, camarera exhuberante y madera, mucha madera... Me gusta la madera.
- "¿Cómo te llamas?" le pregunté.
- "Juan, ¿tú?"
Que me contestara a la primera era algo normal, en cambio... sentí algo parecido a una desilusión...
- "¿Qué quieres tomar?" fue mi respuesta.
- "Me levanto yo a pedir, ¿qué quieres tú?"
- "Sorpréndeme"
- "¿Alcohol?"
- "Sorpréndeme."
Había un periódico abierto sobre la mesa, echando una hojeada vi una foto del prestigioso Westin. El titular sentenciaba: "Un acuerdo a voces" y una nota al final de la noticia (no llegué a leerla), a modo de apunte que me llamó la atención: "El cocktail irá acompañado por una frugal colación."
Volvió mi acompañante con dos copas. Miró la bolsa:
- "¿Velas?"
- "Velas"
- "¿Para qué eran?"
- "Eran... por si a alguien se le habían olvidado.."
Me acerqué la copa a los labios. La cosa iba empeorando, era... era algo muy suave y con un horrible toque de manzana, resultaba un licor tan... femenino...
- "¿Qué harías tú con ellas?" - pregunté.
-" Le darían un toque elegante y romántico a la mesa que te prepararía para invitarte a cenar.
(De mal en peor)
- "La cena.. ¿sería algo parecido a una frugal colación?"
-"¿Cómo?"
Saqué veinte euros del bolso, los dejé sobre la mesa junto con las velas y salí sin despedirme.
Llegué a casa, me metí directamente en la cama, tumbada, escribí en el teléfono móvil: "Ya no te odio. Nuestro extraño juego se ha acabado." Mensaje Enviado. Fui a la agenda, borré de mi lista de contactos esos malditos puntos suspensivos, apagué el móvil y me dormí.



Desperté por la mañana, me sorprendió encontrar uno de los cajones de la mesilla abierto, como si alguien hubiera estado rebuscando en él... Levanté las sábanas y encontré mi vibrador... todavía pegajoso. ¿Qué habría soñado? Sólo recordaba... una bañera y un color; marrón.

jueves, 17 de septiembre de 2009

"Una frugal colación"

Cuando vi aparecer en la pantalla de mi viejo móvil “1 Mensaje Recibido” me temí lo peor; llevaba varios intentos fallidos invitando a Amparo a cenar y pese a que en esta ocasión había surgido de ella la idea, la posibilidad de que a última hora se arrepintiera no era tan improbable. Pero no. El mensaje era de mi socio y tampoco llevaba consigo buenas noticias, textualmente decía: “El cocktail con los de Madrid se adelanta a hoy por petición expresa del director general ¿dónde demonios te metes? Será a las 19:35 en el Westin.”
Automáticamente telefoneé a Jal, mi socio, no daba crédito a semejante despropósito, le hablé sobre Amparo, le dije que había estado comprando vino, velas y croissants; él me tranquilizó: “lee el correo electrónico, parece que sólo va a ser un aperitivo, dice textualmente: “el cocktail será acompañado por una frugal colación” Si habéis quedado a las 21:30 no cambies nada, a las 21:00 calculo nos dejarán libres.” Aun así me daba un poco de rabia, tendría que acudir a la cita con traje de chaqueta aunque por momentos dejaba sobrevolar la débil esperanza de escaparme de allí en cuanto hubiera hecho un más que correcto acto de presencia, dejándome ver por todos y cada uno de los allí presentes. El acuerdo económico estaba cerrado, sólo había que estrechar unas cuantas manos, posar para alguna foto y reír alguna que otra broma sin gracia. “Una frugal colación”, el ágape de los ricos, tacañería exquisita y sería libre.
Llegué a menos veinte, Jal me esperaba en el recibidor fumando un cigarro, me dijo: “llegas tarde pero no pasa nada, Arturo está bailando en un rincón del salón, creo que ha llegado completamente borracho de una cata de vinos, oye... y velas ¿para qué?” - “Para echarle la cera hirviendo” respondí y sin más preámbulo me adentré en la sala dirigiéndome a ese insaciable prometedor de cosas sin cumplir, pez gordo, viejo rey follador, hueso duro de roer que ahora flaqueaba como un cartílago a punto de la fractura. Arturo, el director general del caos. Le hablé de cuatro cosas o cinco de las que no se acordaría de ninguna al día siguiente, eso era lo único malo; yo estaba más interesado que nunca en hacer valer mi presencia. Le pregunté sobre la cata de vinos, “he catado hasta a la catadora” fue su única respuesta, así que lo dejé agitándose al son de Dean Martin y me dispuse a continuar mi colonización de manos, apretándolas con las mismas ganas que tenía de abandonar toda aquella muchedumbre. De hecho no me explicaba como había tanta gente asociada, era un correcalles continuo, de idas y venidas de personas que en absoluto parecían involucradas en el evento, hubiera jurado que más de uno provenía de algún convite anexo al cocktail. Y de repente, al fin apareció mi salvoconducto en forma de “Gotas de gelatina disuelta en aceite de sésamo” así rezaba una jovencita camarera vestida de un blanco inmaculado, las llevaba en una bandeja de metacrilato, depositadas en cucharillas imitación al marfil, bien hubieran valido de lentillas para una fiesta nudista de disfraces, las hubiera sorbido todas con la intención de acelerar el festín pero con cuidadosa destreza probé una sintiéndome como un votante de un partido minoritario, aportando mi granito de arena y a la vez preguntándome si ya existía protocolo aplicable a la forma en la que se debía ingerir tal anécdota alimenticia.
20:00 “Mosaico de frutas confitadas al Burdeos”
20:10 “Ilustración de azafrán sobre láminas de arroz”
20:20 “Panal de tentáculos al vapor con escamas de miel”
20:30 “Solomillos de ancas de renacuajo aderezados con perfume de mar”
Jal me guiñó un ojo desde la barra.
20:45 “Archipiélago de medusas con crujientes de algas”
20:50 “Sinfonía de Syd barret sobre caparazón de galápago”
21:05 ”Sábanas de otoño tendidas en primavera”
21:10 “Felicidad encontrada”
Sí, así se llamaba, “Felicidad encontrada” pero yo no podía encontrarme peor, se me echaba el tiempo encima, tenía que actuar, pero a medida que habían ido trayendo los aperitivos el jolgorio se había ido apagando, la fiesta se había vuelto reunión y en algunos grupos se empezaban a escuchar murmullos discordantes, números, valoraciones, declaraciones, imposiciones y hasta insultos. Yo me había mantenido hasta el momento en un sector donde se hablaba de deporte y de medicina pero desde los solomillos de ancas de renacuajo Arturo no me quitaba el ojo, ahora con un gesto torcido y desafiante.
21:12 “Y ahora.... ¡Palomitas de anisakis flambeados en su propio jugo!” (Gritaba estridente y borracha la misma chica de blanco, ya salpicada por infinidad de sustancias) Esto empezaba a ser grotesco. De repente caí en la cuenta, saqué el móvil. “1 Mensaje Recibido” era Amparo, a las 21:00 “Ya salgo de casa, “cariño” ¿te acordarás de llevar la quiniela? Te odio.”
Tras leer el mensaje no lo dudé un instante, qué importaba quedar mal ¡si nos iba a tocar la quiniela! había que salir de allí como fuera ¿quién me iba a detener? Poco a poco iría acercándome a la puerta integrándome y desintegrándome de grupo en grupo hasta llegar al más cercano a la salida. Arturo estaba en la otra punta y me iría perdiendo de vista.
21:17 “Con todos ustedes: ¡Paté de páncreas de cervatillo con jarabe de para la tos!”
Definitivamente no tuve ninguna duda, dentro de un año compraríamos botes de témperas cada trimestre para alimentar a toda la familia. Ya estaba acercándome al último grupo.
21:20 “¡Manojo de nervios con brotes de monomanía!”
Palpé el bolsillo interior de la chaqueta, sí.. no la había olvidado, allí noté el suave crujido de las hojas de cerezo impresas por cuadrículas rojas en quiniela de fútbol; sonreí para mis adentros, estaba en el umbral, a punto de dar el paso definitivo, si lograba coger rápido un taxi llegaría a tiempo a la cita.
21:22 “¡Psicofonía de jadeos coitales!”
Me giré.. por última vez, observé la trágica escena, sólo la muchacha me dio algo de pena, llevaba ya rato dando vueltas con la bandeja vacía, nadie le hacía caso, el clima era tenso, estaban a punto de romper negociaciones. Ensimismados, ajenos a todo, no me veían, era invisible. Eché a andar, no había tiempo que perder. Pero lo perdí o más bien me lo hicieron perder y no lo volví a recuperar jamás. Al abrir la doble puerta que conducía escalera abajo me reprendieron con muy malas maneras tres mujeres de la limpieza, gritándome con desprecio: “¡Aquí se está fregando, vaya por la otra escalera!” Indignado me negué a caminar hasta la otra escalera y busqué los ascensores, apretaba y no se encendía ninguna luz, apretaba y apretaba continuamente con rabia hasta que me di la vuelta vencido en busca de la otra salida y por fin se abrieron las puertas. En el interior había gente muy extraña, pensé que pertenecerían a una convención de animadores socioculturales, estaba casi lleno del todo, unos decían “pasa.. pasa...” en tono de burla y otros gritaban gruñones “¡Está lleno!” pero a empujones entré, los que yo daba para encajarme y los que recibía para expulsarme. En mal momento entré porque viajamos hasta el Séptimo, donde iban todos aquellos payasos, disfrazados de épocas inconexas, de personajes mitológicos y dios sabe qué más...
Una vez llegamos al Séptimo me obligaron a salir porque todos ellos iban detrás, se me echaron encima y perdí el ascensor . Se cerró y no lo volví a ver más. Aparecí en un habitáculo de dimensiones considerables, más bien parecía el almacén del hotel, austero pero kilométrico, gritaban, bailaban, comían y hasta follaban. Me agarraron dos enanos, uno de cada brazo, con una fuerza increíble y me llevaron hasta una mesa repleta de comida. “¡Coma Señor, Coma!” gritaban con insistencia. “¡Pruebe nuestro cangrejo desnudo! ¡Vivo y desnudo!” Hasta que una gorda vestida de miriñaque que daba vueltas en espiral los sacó a bailar. Observé en una esquina a un turco abofeteando a su mujer, gritándole “Puja-Rat!” mientras ella de rodillas le hacía una felación. Me encontraba más lejos que nunca de salir de aquella confusión continua y la realidad es que no estaba a más de siete alturas de pisar el suelo otra vez, a mi cabeza venía el séptimo cielo, el séptimo sello, el séptimo arte, el séptimo de caballería, los siete pecados capitales ¡el séptimo infierno!... Saqué el móvil para hacer la llamada que nunca quise imaginar hacer pero todo se había alienado en mi contra, ¡lo habían conseguido! llegaría muy tarde, tal vez demasiado tarde. ¡Estaba apagado! lo intenté encender en repetidas ocasiones pero se había quedado sin batería. Cogí una copa de champán y me aproximé a una carroza en la que publicaban exultantes: “¡Estepa de ensaladilla Rusa!” Incrédulo observé una cordillera blanca de mayonesa con tropezones de todo tipo que se precipitaban como aludes hacia los bordes de la carroza. Niños de entre tres y seis años metían sus cabezas contra la blanda masa envistiendo como animales. Acto seguido una especie de predicador me pasó la mano por la espalda y colgándose de mi cuello me susurró al oído con un aliento incontestable, entregándome un papel: “tome hermano, una invitación para que visite Nuestra Plaza de Toros de Fideuá” Por un momento imaginé a esos niños entre fideos y sangre. Necesitaba fumar. Fui en busca de fuego para encenderme un cigarro cuando apareció un tractor arrastrando rastrojos: “¡Nuestras Castañas Asadas!” aún se podían ver las raíces de un castaño completamente quemado, aún humeante. Acerqué el cigarro a la corteza del árbol y ya no recuerdo nada más.


Me desperté dentro de una bañera de chocolate rodeado de viejos anarquistas que mojaban sus barbas y mientras se relamían, jugaban a las cartas, yo era la apuesta. Eché mano al bolsillo, saqué el móvil embarrado, lo limpié y lo conseguí encender, estos aparatos antiguos lo resisten todo, incluso se había recargado y efectivamente, en la pantalla se podía leer “1 Mensaje Recibido” era Amparo: “Ya no te odio. Nuestro extraño juego se ha acabado.”