jueves, 17 de septiembre de 2009

"Una frugal colación"

Cuando vi aparecer en la pantalla de mi viejo móvil “1 Mensaje Recibido” me temí lo peor; llevaba varios intentos fallidos invitando a Amparo a cenar y pese a que en esta ocasión había surgido de ella la idea, la posibilidad de que a última hora se arrepintiera no era tan improbable. Pero no. El mensaje era de mi socio y tampoco llevaba consigo buenas noticias, textualmente decía: “El cocktail con los de Madrid se adelanta a hoy por petición expresa del director general ¿dónde demonios te metes? Será a las 19:35 en el Westin.”
Automáticamente telefoneé a Jal, mi socio, no daba crédito a semejante despropósito, le hablé sobre Amparo, le dije que había estado comprando vino, velas y croissants; él me tranquilizó: “lee el correo electrónico, parece que sólo va a ser un aperitivo, dice textualmente: “el cocktail será acompañado por una frugal colación” Si habéis quedado a las 21:30 no cambies nada, a las 21:00 calculo nos dejarán libres.” Aun así me daba un poco de rabia, tendría que acudir a la cita con traje de chaqueta aunque por momentos dejaba sobrevolar la débil esperanza de escaparme de allí en cuanto hubiera hecho un más que correcto acto de presencia, dejándome ver por todos y cada uno de los allí presentes. El acuerdo económico estaba cerrado, sólo había que estrechar unas cuantas manos, posar para alguna foto y reír alguna que otra broma sin gracia. “Una frugal colación”, el ágape de los ricos, tacañería exquisita y sería libre.
Llegué a menos veinte, Jal me esperaba en el recibidor fumando un cigarro, me dijo: “llegas tarde pero no pasa nada, Arturo está bailando en un rincón del salón, creo que ha llegado completamente borracho de una cata de vinos, oye... y velas ¿para qué?” - “Para echarle la cera hirviendo” respondí y sin más preámbulo me adentré en la sala dirigiéndome a ese insaciable prometedor de cosas sin cumplir, pez gordo, viejo rey follador, hueso duro de roer que ahora flaqueaba como un cartílago a punto de la fractura. Arturo, el director general del caos. Le hablé de cuatro cosas o cinco de las que no se acordaría de ninguna al día siguiente, eso era lo único malo; yo estaba más interesado que nunca en hacer valer mi presencia. Le pregunté sobre la cata de vinos, “he catado hasta a la catadora” fue su única respuesta, así que lo dejé agitándose al son de Dean Martin y me dispuse a continuar mi colonización de manos, apretándolas con las mismas ganas que tenía de abandonar toda aquella muchedumbre. De hecho no me explicaba como había tanta gente asociada, era un correcalles continuo, de idas y venidas de personas que en absoluto parecían involucradas en el evento, hubiera jurado que más de uno provenía de algún convite anexo al cocktail. Y de repente, al fin apareció mi salvoconducto en forma de “Gotas de gelatina disuelta en aceite de sésamo” así rezaba una jovencita camarera vestida de un blanco inmaculado, las llevaba en una bandeja de metacrilato, depositadas en cucharillas imitación al marfil, bien hubieran valido de lentillas para una fiesta nudista de disfraces, las hubiera sorbido todas con la intención de acelerar el festín pero con cuidadosa destreza probé una sintiéndome como un votante de un partido minoritario, aportando mi granito de arena y a la vez preguntándome si ya existía protocolo aplicable a la forma en la que se debía ingerir tal anécdota alimenticia.
20:00 “Mosaico de frutas confitadas al Burdeos”
20:10 “Ilustración de azafrán sobre láminas de arroz”
20:20 “Panal de tentáculos al vapor con escamas de miel”
20:30 “Solomillos de ancas de renacuajo aderezados con perfume de mar”
Jal me guiñó un ojo desde la barra.
20:45 “Archipiélago de medusas con crujientes de algas”
20:50 “Sinfonía de Syd barret sobre caparazón de galápago”
21:05 ”Sábanas de otoño tendidas en primavera”
21:10 “Felicidad encontrada”
Sí, así se llamaba, “Felicidad encontrada” pero yo no podía encontrarme peor, se me echaba el tiempo encima, tenía que actuar, pero a medida que habían ido trayendo los aperitivos el jolgorio se había ido apagando, la fiesta se había vuelto reunión y en algunos grupos se empezaban a escuchar murmullos discordantes, números, valoraciones, declaraciones, imposiciones y hasta insultos. Yo me había mantenido hasta el momento en un sector donde se hablaba de deporte y de medicina pero desde los solomillos de ancas de renacuajo Arturo no me quitaba el ojo, ahora con un gesto torcido y desafiante.
21:12 “Y ahora.... ¡Palomitas de anisakis flambeados en su propio jugo!” (Gritaba estridente y borracha la misma chica de blanco, ya salpicada por infinidad de sustancias) Esto empezaba a ser grotesco. De repente caí en la cuenta, saqué el móvil. “1 Mensaje Recibido” era Amparo, a las 21:00 “Ya salgo de casa, “cariño” ¿te acordarás de llevar la quiniela? Te odio.”
Tras leer el mensaje no lo dudé un instante, qué importaba quedar mal ¡si nos iba a tocar la quiniela! había que salir de allí como fuera ¿quién me iba a detener? Poco a poco iría acercándome a la puerta integrándome y desintegrándome de grupo en grupo hasta llegar al más cercano a la salida. Arturo estaba en la otra punta y me iría perdiendo de vista.
21:17 “Con todos ustedes: ¡Paté de páncreas de cervatillo con jarabe de para la tos!”
Definitivamente no tuve ninguna duda, dentro de un año compraríamos botes de témperas cada trimestre para alimentar a toda la familia. Ya estaba acercándome al último grupo.
21:20 “¡Manojo de nervios con brotes de monomanía!”
Palpé el bolsillo interior de la chaqueta, sí.. no la había olvidado, allí noté el suave crujido de las hojas de cerezo impresas por cuadrículas rojas en quiniela de fútbol; sonreí para mis adentros, estaba en el umbral, a punto de dar el paso definitivo, si lograba coger rápido un taxi llegaría a tiempo a la cita.
21:22 “¡Psicofonía de jadeos coitales!”
Me giré.. por última vez, observé la trágica escena, sólo la muchacha me dio algo de pena, llevaba ya rato dando vueltas con la bandeja vacía, nadie le hacía caso, el clima era tenso, estaban a punto de romper negociaciones. Ensimismados, ajenos a todo, no me veían, era invisible. Eché a andar, no había tiempo que perder. Pero lo perdí o más bien me lo hicieron perder y no lo volví a recuperar jamás. Al abrir la doble puerta que conducía escalera abajo me reprendieron con muy malas maneras tres mujeres de la limpieza, gritándome con desprecio: “¡Aquí se está fregando, vaya por la otra escalera!” Indignado me negué a caminar hasta la otra escalera y busqué los ascensores, apretaba y no se encendía ninguna luz, apretaba y apretaba continuamente con rabia hasta que me di la vuelta vencido en busca de la otra salida y por fin se abrieron las puertas. En el interior había gente muy extraña, pensé que pertenecerían a una convención de animadores socioculturales, estaba casi lleno del todo, unos decían “pasa.. pasa...” en tono de burla y otros gritaban gruñones “¡Está lleno!” pero a empujones entré, los que yo daba para encajarme y los que recibía para expulsarme. En mal momento entré porque viajamos hasta el Séptimo, donde iban todos aquellos payasos, disfrazados de épocas inconexas, de personajes mitológicos y dios sabe qué más...
Una vez llegamos al Séptimo me obligaron a salir porque todos ellos iban detrás, se me echaron encima y perdí el ascensor . Se cerró y no lo volví a ver más. Aparecí en un habitáculo de dimensiones considerables, más bien parecía el almacén del hotel, austero pero kilométrico, gritaban, bailaban, comían y hasta follaban. Me agarraron dos enanos, uno de cada brazo, con una fuerza increíble y me llevaron hasta una mesa repleta de comida. “¡Coma Señor, Coma!” gritaban con insistencia. “¡Pruebe nuestro cangrejo desnudo! ¡Vivo y desnudo!” Hasta que una gorda vestida de miriñaque que daba vueltas en espiral los sacó a bailar. Observé en una esquina a un turco abofeteando a su mujer, gritándole “Puja-Rat!” mientras ella de rodillas le hacía una felación. Me encontraba más lejos que nunca de salir de aquella confusión continua y la realidad es que no estaba a más de siete alturas de pisar el suelo otra vez, a mi cabeza venía el séptimo cielo, el séptimo sello, el séptimo arte, el séptimo de caballería, los siete pecados capitales ¡el séptimo infierno!... Saqué el móvil para hacer la llamada que nunca quise imaginar hacer pero todo se había alienado en mi contra, ¡lo habían conseguido! llegaría muy tarde, tal vez demasiado tarde. ¡Estaba apagado! lo intenté encender en repetidas ocasiones pero se había quedado sin batería. Cogí una copa de champán y me aproximé a una carroza en la que publicaban exultantes: “¡Estepa de ensaladilla Rusa!” Incrédulo observé una cordillera blanca de mayonesa con tropezones de todo tipo que se precipitaban como aludes hacia los bordes de la carroza. Niños de entre tres y seis años metían sus cabezas contra la blanda masa envistiendo como animales. Acto seguido una especie de predicador me pasó la mano por la espalda y colgándose de mi cuello me susurró al oído con un aliento incontestable, entregándome un papel: “tome hermano, una invitación para que visite Nuestra Plaza de Toros de Fideuá” Por un momento imaginé a esos niños entre fideos y sangre. Necesitaba fumar. Fui en busca de fuego para encenderme un cigarro cuando apareció un tractor arrastrando rastrojos: “¡Nuestras Castañas Asadas!” aún se podían ver las raíces de un castaño completamente quemado, aún humeante. Acerqué el cigarro a la corteza del árbol y ya no recuerdo nada más.


Me desperté dentro de una bañera de chocolate rodeado de viejos anarquistas que mojaban sus barbas y mientras se relamían, jugaban a las cartas, yo era la apuesta. Eché mano al bolsillo, saqué el móvil embarrado, lo limpié y lo conseguí encender, estos aparatos antiguos lo resisten todo, incluso se había recargado y efectivamente, en la pantalla se podía leer “1 Mensaje Recibido” era Amparo: “Ya no te odio. Nuestro extraño juego se ha acabado.”

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